Tal día como hoy, en 1844, nacía Friedrich Nietzsche. El alemán, en palabras de Fernando Savater, vino al mundo para romper con lo establecido: «No fue un hombre, sino dinamita; quiso como un rayo fulminante partir en dos toda la cultura y la historia universal».

La opinión de Gilles Deleuze sobre su compañero filósofo era, por otra parte, un poco inquietante: «Aquellos que leen a Nietzsche sin reírse y sin reírse mucho, sin reírse a menudo y a veces a carcajadas, es como si no lo leyeran». Deleuze debía ser un genio, pues nadie se reiría de un texto después de haber tenido que leerlo cinco veces para entenderlo.

A Nietzsche le llegaban las ideas a borbotones, pero no las publicaciones. Para él, el pensamiento era una pasión y a través del mismo sentía el dolor o el placer, concepto que sus coetáneos no alcanzaban a entender. Él mismo editaba y se costeaba la impresión de sus ejemplares, que luego enviaba a sus amigos más íntimos.

Entre ellos se encontraba el compositor Richard Wagner, con quien compartía una visión alternativa del mundo: «El arte ocupa el puesto de la religión [...] La vida debe ser arte». Y es que la Revolución Industrial había permutado las prioridades de la sociedad y los tecnicismos y la producción en cadena habían puesto contra las cuerdas a este par de amigos, que se sintieron acorralados en unos tiempos en los que el arte (expresión artesana del ser humano) era un artículo de lujo.

Tras enamorarse una y mil veces, ejercer su particular misoginia durante años («El hombre ama dos cosas: el peligro y el juego. Por eso ama a la mujer, el más peligroso de los juegos»), criticar la moral occidental y la religión y darle la vuelta a la filosofía tradicional como si de un calcetín se tratase, la demencia condenó a una de las mentes más preclaras de la época a una espiral de decadencia en la que quedaría desdibujada por completo.

Con la cabeza ya ida, un Nietzsche de tan solo 45 años deambulaba sin rumbo en una plaza de Turín, cubierta de nieve en un frío día de enero de 1889. Al pasar un carretero, el filósofo se abrazó llorando a las crines del caballo y luego cayó al suelo. Este episodio, que retrató el largometraje húngaro "El caballo de Turín" (2011), marcó el comienzo de la agonía de Nietzsche. El mundo cambiaba de siglo once años después y, al mismo tiempo, el filósofo que quiso ser Superhombre moría siendo un chiflado.

En la imagen: "Friedrich Nietzsche" (1906), de Edvard Munch, pintor noruego y gran admirador de la filosofía del alemán.
Publicado el día 15 de Octubre de 2019 en Stars Insider España. Diseño y texto propio.

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